lunes, 29 de marzo de 2010

La locura de la cruz, locura de amor.


No existe ningún dogma que haya hallado tanta dificultad y provocado tantas réplicas como el de nuestra salvación por la obra redentora de Jesucristo.
La imagen de un Dios, que nos ha creado para que nuestra humanidad se perdiera y que a su vez, jamás quiso mostrarse satisfecho con ninguna ofrenda, o alabanza, con ningún sacrificio de animales o representaciones y muestras de humillación, hasta que hubo entonces de correr la sangre de su propio Hijo, no tiene para las mentes carente de fe asidero o lógica alguna, no resulta nada atractivo, es más, también espanta y choca, subvirtiendo los trasfondos conceptuales y racionales más profundos de nuestra naturaleza, y provocando reflexión de desacuerdo que un Dios Padre, todo amor, toda bondad; al mejor estilo de Pascal que lo define como que es "sensible al corazón".
Entregar a su propio Hijo al sacrificio más ignominioso, y seleccionar incluso a los salvos y a los que serán condenados, es decir mostrando a un Dios irracional, perturbado en lo más profundo, dando una imagen terrible a la humanidad, casi un espanto agobiante y lúgubre sobre la historia humana, provocando una desazón y un tremendismo en el final que nos tocaría padecer a seres imperfectos como nosotros, pecadores enraizados en el lodo de lo mundano y nuestra frágil naturaleza.
Estas contradicciones asombrosas no son incomprensibles más que para aquéllos que se conservan sobre la base absoluta del razonamiento puramente empírico y por esta razón, desechan con excesiva facilidad la naturaleza de las relaciones que existen entre Dios y el hombre, todo un misterio.
Es así que el medio de esta relación es de orden ontológico, por lo tanto la elucidación que puede y debe darse de ella pertenece a un dominio que sobrepasa el de la experiencia y de todo entendimiento lógico, no limitado por las categorías del espacio y del tiempo.
Las contradicciones aparentes se disipan cuando las reflexionamos sobre el plano de lo real y desde el punto de vista del todo que es lo único que responde a la realidad de las cosas. Siendo que solo nos invita a reconocer que por la fe, y la verdad revelada en las Santas Escrituras, observamos a la redención como un absoluto misterio, justamente como todas nuestras relaciones existentes con Dios , siendo así que nosotros seres finitos e imperfectos, nos comunicamos con un ser infinito, Dios, dándonos cuenta que todo es misterio, y revelado en su justa medida en la Biblia, pero no por ello dejando de percibir que en todas las cosas hay un secreto de Dios, en cada árbol, en cada brisa, en la hierba, en el pájaro, en las estrellas y en su brillantez en la noche, etc. todo es un solo enigma divino, como lo es el mismo amor. La redención dada por el amor más supremo pasa a ser el insondable secreto, es el misterio del amor de Dios para sus criaturas. Para alcanzarlo hay que haber ejercitado y comprendido el amor, como dice San Pablo, en Corintios 13, sin amor nada soy. Sin tener amor a Dios y dado por Dios, nunca comprenderemos el sacrificio pascual que demandó por parte del Hijo, el Verbo hecho carne, para lograr nuestra liberación del pecado y de la oscuridad en la cual estábamos inmersos.
Es así que nuestra Pascua, el paso de la muerte a la vida, de la oscuridad a la luz, de estar fuera de la mano de Dios al estar entre sus brazos como sus hijos amados, gracias al sacrificio de Cristo, por sus queridos, por sus elegidos.

Es por eso que el Logos de Dios, el Verbo, el Hijo amado, se humilló a sí mismo, como dice San Pablo en su carta a los Filipenses: “El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios.
Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre;
y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz.
Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre.
Para que al nombre de Jesús = toda rodilla se doble = en los cielos, en la tierra y en los abismos, = y toda lengua confiese = que Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre.” (Fil. 2:5-11).
Es así que la locura y absurdo de la cruz, de un Dios Padre que entrega a su Hijo al sacrificio más cruel, al vituperio más absoluto, ser ultrajado por seres limitados e inferiores, solo lo podemos comprender mediante la “razón de la Fe”, porque toda fe es razonada en lo profundo de la mente y del corazón, no es solo una fe de “ Aleluyas”, sino , en la profundidad del ser que explota ante la magnificencia del amor absoluto, casi absurdo que Dios tiene por la humanidad, por sus amados. Siendo así que comenzamos la Semana Santa, como se la denomina en el ámbito eclesial, para culminar en un día de gloria para todos los cristianos, el Domingo de Pascua, en donde la locura de la cruz, se transforma en árbol de vida para el mismo Hijo de Dios hecho hombre, y para salvación de la humanidad amada por Él, solo con la fe y con la razón de nuestro corazón entenderemos este gran misterio, que solo alguien loco de amor por otro, se entrega a la muerte para salvar al ser amado, a si Dios Padre, entrega a Dios hijo, quien muere y resucita para salvación.
Que esta Pascua de Resurrección sea un nuevo vuelco a nuestro corazón y logre renovarnos en la fidelidad a Dios, Uno y Trino.
Felices Pascuas de Resurrección.
Rev. José Luis Podestá