lunes, 12 de julio de 2010

Ser buenos samaritanos


Podemos observar que en la época de Jesús, en su mayoría, la mentalidad de los maestros de la ley tenían un alto contenido de legalismo, erigiéndose como únicos intérpretes de las verdades bíblicas, no tal cual el espíritu de la revelación divina, sino, que estos maestros interpretaban de una forma fría cada palabra de las Santas Escrituras, sin importarles las necesidades de los de los hombres.

Solamente era permitido lo que marcaba la estructura legal impuesta por estos hombres que se decían doctores de la ley, es así que todo lo que no alcanzaban a comprender o no les interesaba que se realizara era prohibido por la estructura legal que ellos defendían.
Es así que se erigían como los paladines de la verdad y de la moral de todo el pueblo hebreo. Se había llegado a establecer que la ley de culto primaba sobre cualquier ley, inclusive, sobre los derechos de las personas, que luego Jesucristo denominó la ley del amor.

Jesús, se sintió sorprendido por la frialdad y la falta de misericordia que estos maestros ejercían en nombre de Dios y su ley, también nos recuerda que hoy existen en esta sociedad todavía muchos maestros de la ley que dictan cátedras de dogmática, eclesiología, de pastoral y de relaciones humanas.

La parábola del buen samaritano nos interpela sobre la caridad que todos los cristianos debemos tener hacia el prójimo, no por ser diferente a nosotros, en pensamiento, doctrina, pensamiento político, color de piel, etc., debemos discriminar y no practicar la ley del amor dada por Jesucristo hacia los seres humanos. Eso no quiere decir que debemos aceptar todo lo que sucede a nuestro alrededor como meros espectadores y no intervenir de forma clara, pero caritativamente en corregir los abusos, la exclusión, la discriminación. Con nuestro accionar mostrar la verdad del Evangelio que es luz y verdad. No caer, por nuestro afán de predicar el Evangelio, en un fariseísmo, que nos creamos más que la verdad revelada dadas en las escrituras, por el mismo Dios viviente.

Es así como en esta lectura observamos que muchos “maestros” de la ley hebrea esquivaron al infortunado hombre que yacía en el camino, para no contaminarse por la impureza, que según la ley, contraían si prestaban auxilio a un hombre ensangrentado o alguien enfermo que no conocieran. El ejemplo válido es el accionar del samaritano, quien sin importarle si era judío o samaritano o de alguna otra religión del Medio Oriente, le asiste curando sus heridas y pagando al posadero los gastos mientras el hombre se reponía de sus heridas.

Es digno destacar que para muchos de estos letrados, según el libro del Levítico, el prójimo es el israelita, que se reserva, según el mencionado libro, el apelativo de hermano solamente a los pertenecientes a la casa de Israel. Jesús en cambio globaliza el sentido de hermandad a todos los hombres creados por Dios. Esta parábola es un ejemplo vivo de nuestras obligaciones como cristianos ante el sufrimiento, la angustia, el hambre, la injusticia, la marginalidad, la pobreza, la ignorancia, entre otros males que aquejan al ser humano, que lo alejan de la igualdad de oportunidades en una sociedad que pretende ser justa. Nuestro deber es anunciar el verdadero Evangelio a todos sin miramientos ni prejuicios, sino lograr que la verdad, que es Dios mismo, sea anunciada a todos y así rescatar de la oscuridad a los hombres, sobre todo a los más afligidos, a los sufrientes, que necesitan de nosotros, buenos samaritanos del siglo 21, para ser rescatados de esas tinieblas que los someten día a día a las peores condiciones de existencia; sobre todo estar alejados de los beneficios que Dios da al hombre para su verdadera liberación espiritual. Es así que hoy nosotros somos verdaderos liberadores del hombre, a través de la palabra de Dios predicada sanamente, sin añadiduras ni alocadas teorías seudo políticas que lo único que hace es extraviar al hombre y no dirigirlo hacia la verdadera luz que es Jesucristo liberador de los hombres a través de su sacrificio dado en la Cruz por única vez para la redención de sus predilectos.

Es así que tenemos que tener mucho cuidado de no caer en legalismos fuera de las verdades de la Biblia, que en vez de liberar al hombre puede llegar a esclavizar, no logrando el fin propio de las Escrituras que es el conocimiento pleno y verdadero de Dios, que se revela a través de cada versículo, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, haciendo carne cada palabra de las Santas Escrituras que son nuestra norma de fe y vida. Ser verdaderos predicadores de la palabra es un trabajo de inclusión, tolerancia, firmeza en la verdad revelada, sin faltar a la misericordia con nuestro prójimo que es nuestra obligación como cristianos, verdaderos seguidores del amor eterno, que es el mismo Jesucristo, redentor de los hombres, para nosotros ser sal y luz en este mundo de angustia, exclusión, dolor, tinieblas.

Rev. José Luis Podestá

No hay comentarios: