domingo, 27 de enero de 2008

Cuando la Muerte, se transforma en un nuevo camino de vida.




Para el cristiano, la muerte, no solo la mira con la luz de los sentidos y de la razón, sino con la luz indefectible de la fe, la muerte no devasta el ser.

La muerte es una separación del cuerpo y del espíritu por desfallecimiento de aquél. Esta despedida no es para siempre, todos nosotros los cristianos lo tenemos claro, al menos la gran mayoría que no sucede la aniquilación de la persona en cuerpo y alma para siempre, si no que vendrá la resurrección. No es un adiós, sino un hasta pronto, lo problemático del hombre no es que muera, si no que realmente su deceso sea en gracia, de verdad, no es el deterioro del cuerpo temporal si no el estar alejado de la gracia de Dios que nos permitirá estar con Él, por eso decimos vulgarmente que su ser no muere nunca y no se pulveriza con la muerte física
Se considera que la vida del hombre es lineal, pero ascendente, en ella podemos decir que existen dos alumbramientos ambos causante de dolor, el primer alumbramiento es el parto, por este el hombre ve la luz del mundo a partir de la separación del claustro materno es fuerte para la madre y para el hijo e incluso hay un derramamiento de sangre. El segundo nacimiento es cuando se pasa a la luz de la eternidad éste dar a luz es también disociación dolorosa, porque hay dolor en el cuerpo que siente su desanimo progresivo y ese sentido de ida, casi inexplicable en el alma, como desprendiéndose del universo de los sentidos, el que percibe ese síntoma tiene conciencia nítida del desgarro, el dolor de este suceso es más hondo que el del primero, porque quebranta la más íntima radicalidad del ser. De alguna forma podría recordar la separación tremenda de las dos realidades el estar y el partir.
Entonces si la muerte es otro parto, como el grano del trigo que se pudre para hacerse espiga, o el gusano de seda que, luego de hacer su capullo, lo rompe y, alado, se hace mariposa, entonces si vemos que eso sucede en la naturaleza simple, la muerte del hombre no es una pérdida final, sino una ganancia, como dice el Apóstol Pablo, como manifestara Teresa de Jesús ,ese deseo, no de morir como escape, sino como ansia de utilizar la llave y de abrir la puerta de la vida, de morir precisamente para vivir. El desasosiego de morir por no morir florece en sus versos afamados “Y en tal alto Vida espero, que muero porque no muero.” En síntesis el hombre tiene un itinerario, sin hora ni razones, el nacer y el creer dentro del plan misterioso de Dios así consumado definitivamente, la llegada con su alma, al morir el cuerpo, a la eternidad. Por lo la Parusía, que es la exaltación jubilosa, del triunfo final de Cristo, supone la absorción del tiempo por la eternidad, la inmortalidad gloriosa del cuerpo humano y la transformación de la naturaleza en una tierra y en un cielo nuevo. A raíz de nuestra fe, la muerte sabemos que es este paso de lo terrenal a la vida en el Reino de Dios, no es fácil entender o comprender esta temática, menos sobrellevar el dolor de los familiares que sufren la pérdida o de lo que lo rodearon en sus últimas horas, mas si es un hecho que reina en la sorpresa del acontecimiento no esperado, no eludimos ese estado de pavor, separación, angustia infinita, pero si como cristianos tenemos la esperanza de resucitar en Cristo, entonces podemos mirar la muerte no como una angustiante desaparición, una ruptura en el sistema de nuestras vidas, si no como un acercamiento a Dios uno y trino, el encuentro tan anhelado entre la creatura y el Creador, no es fácil o comprensible, pero los misterios insondables de Dios van mas allá de nuestro entendimiento, dejemos este misterio de la muerte apoyada en la fe de la resurrección como nos mandan las Escrituras.

Que Dios nos de siempre las fuerzas para sobrellevar una hecho semejante y la sabiduría para comprender su designio.

Rev. José Luis Podestá

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